lunes, 27 de abril de 2009

John Harray.


- Jamás me interesó la vida privada de la gente, por eso soy detective.

Sentenció John Harray a su clienta, sin dejar de mirarla. Sin pestañear ni un ápice, siendo consciente de su excesiva hidratación ocular y el consiguiente encharcamiento de su mirada. “Ojos blandos” le decía su madre cuando le intentaba sondear el corazón. Fijó su mirada a la de ella por pura vanidad, lo que pretendía era seducir instantáneamente a aquella dama de porcelana china con su hierático magnetismo, que algo más le supiera a hembra, no solo su olor a mujer imposible. Quiso robarla a punta de pistola una fugaz sonrisa para enterrarla en su estómago de por vida y, una vez allí, perecer hundida entre alcohol y comida rápida.

Dorothy Parker, no sabía nada de su marido desde que se fue a Arkansas para asistir al foro odontológico anual, al que no faltaba desde su origen. Jamás, desde que se conocieron, dejó de avisarla en todo momento sobre su situación. Era incapaz de sorber aire sin preguntar a su mujer si eso es respirar. Por eso, Dorothy, sabía que algo le había ocurrido. Ni los hospitales, ni la policía supieron descubrir la causa de su repentina desaparición. John era la última posibilidad de encontrarlo, no por su aspecto de policía enfermo, sino por el manejo de su mejor arma…..pensar y sentir como nadie lo hacía. De ahí que en sus treinta y siete años de profesión, nunca dejó de resolver un solo caso, su leyenda era su hogar y en él habitaba, casi huía de sí mismo para cobijarse en su fama, para no ser visto y que alguien detectase un mínimo rastro de vida. Más hermético y blindado que una bola de acero maciza, siempre diluido tras una cortina de humo y un continuo aroma a bourbon añejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario