miércoles, 15 de abril de 2009

Tiempos de Croacia, amigo del alma y mala máquina de fotos.






La Riviera Opatija nos envuelve en su Adriático rocoso, un mar con vocación de isla, donde alguna huye, como Istra, para donar su individualidad a una solidaria península.
Pula derrite su historia fundiéndose en piedra calcárea, un anfiteatro moldeado con tesón toma rienda de nuestra vista….Roma pierde su triunfo en Pula, donde el Arco de triunfo de los Sergianos irrumpe en la plaza y se roza con arquitectura Veneciana y con retazos del imperio Otomano y éste con el Austro-Húngaro, mientras Roma firma su paso con el templo de Augusto.
El golfo de Lim es puerta de Rovinj, isla que transformó su cachito de mar en tierra para sentirse aún más bella. Empedrado que apunta al cielo, a ambas manos tiendas que compiten con museos. Cuanto más nos perdemos por sus enrarecidas arterias más seguros estamos de habernos encontrado. Roving es un lugar donde uno se queda un rato para siempre, donde el tiempo abandona su eterno paso y, prendado de emoción, se detiene para tumbarse en su pausa a contemplar.
Zagreb es capital también en cementerios, donde el culto por la muerte suena a vida y un vergel de jardines y mausoleos acunan cuerpos sin vida con suma cautela, el baloncesto yace a escasos metros de donde nos encontramos. Las campanas suenan a cañonazos, la zona alta se escapa del paisaje Austro-Húngaro y se enreda en siluetas barrocas, volteretas de blancos, rojos y azules representan un ajedrezado sentir, una mezcla de todo, un peregrinar de Dioses y razas se mezclan en un solo mirar transparente, en una sola silueta esbelta en un solo Eslavo del sur. Palacios y teatros amarillentos, circunvalados con jardines de ensueño, pululan la zona baja de la ciudad y entre vestigios y calles anchas un estruendo irrumpe la vieja capital para contrariar tanto ataque de belleza…..mi compañero de viaje eructa con eco, convirtiendo el entorno en una nostálgica taberna de barrio.
Cerca de Plitvice se encuentra un pueblecito herido de muerte en la guerra, agonizan casas a medio derrumbar, carros de combate y aviones destrozados delatan una guerra aplacada por el sentido común que aún late en cada gramo de la región. Cuna de la Karlovasko (buena cerveza o pivo, como así se dice en Croata), Pivo entre Pivos!!!
El parque nacional de Plitvice pertenece al patrimonio de la UNESCO y nuestros ojos son su testigo. Un paseo por agua nos lleva a un barco de paz que nos cruza un lago con escasas ganas de llegar. Recuerdo que me sentí más feliz que los patos que lo habitan, mi boca navegaba en sonrisa y una leve brisa me transformó en niño, por un momento creí tener flequillo…..alguien tuvo la suerte de perderse y disfrutar por un rato más de sus lagos y sus caminitos de tablas mientras nosotros nos bañábamos en las lágrimas de su hija.
La UNESCO lo declaró patrimonio de la humanidad, nosotros nos deleitamos contemplando la catedral de St. Jacobo en Sibenik. Los cipreses quisieron quedarse a vivir y no me extraña. Subimos al castillo de pacotilla que ofrece vistas sin par de la ciudad.
Entrar a Sibenik es como entrar a la casa de veraneo del emperador Diocleciano, pasear por sus pasillos y salas es visitar las calles y plazas de Sibenik, es bucear bajo el océano del siglo IV, es pasar del fresco con el que te viste la piedra al calor desértico de una terraza con efecto invernadero, es respirar cerveza entre imanes de nevera y postales trasnochadas. Por la tarde viajamos con el pasaporte en mano, una frontera tosca e ingrávida es la antesala de Mostar….Bosnia y Herzegovina nos espera con sus reminiscencias Turcas, el Islam se hace presente.
Y amanece con el calor sumado del día anterior y Mostar ya no solo parece una muela con caries. Hay puentes y calles que solo bajan y cuando las subes parece que vuelven a bajar, hay rincones estrechos en los que te abrazas a los vértices de unos edificios bombardeados, aceras irregulares que pisas con cierto desaire y entre todo ese nacimiento hermoso una ninfa Otomana con ojos rasgados me roza el alma, una mujer que habla con la mirada y observa con su boca Herzegovina.…….mezquita que aloja mis deseos más prohibidos. Puentes que custodian una ciudad con brechas aún abiertas, agua que cruza su oriente y refresca un aire poseído de magia. El río Neretv vierte tierras de cultivo a sus orillas y un pequeño oasis dentro se muestra a nuestros pies.
Un autobús de miradas bombardea Dubrovnik.
Todo un decorado real es Dubrovnik, tan puro e irresistible que necesitas tiempo para creer en su existencia. En el hotel nos invade un cierto agnosticismo, un no querer creer que sea tan hermoso, más aún cuando hemos visto lo que hemos visto……pero al entrar por una de sus puertas nuestra fe renace y nos quedamos asombrados en plena calle. “Perla del Adriático” es denominada, no nos queda otra que corroborar dicho tópico y hacernos pequeñitos ante tanta piedra hermosa, ante tanto gótico y renacimiento, ante sus iglesias y palacios y ante su muralla que nos sirve de escaleras para subir a un cielo despejado y cristalino, nos elevamos del tiempo y el espacio para ver un maravilloso mar de tejas rojas, de pequeños puertos que donan su estancia a veleros y botes, de calas donde los chicos se bañan en danzas Adriáticas formadas por olas y jarros.
Parece no existir lo feo, lo crudo e irracional, es como si Dubrovnik formara un paréntesis en plena Europa y a su oasis asistiera solo la belleza…..pero no, nada es así, todo tiene algo tosco, todo cielo tiene su infierno: unas putas camisetas llaman nuestra atención y las compramos sin desprenderlas del plástico que las separa de su cruda realidad, caemos en su trampa y ahora mismo están presas de por vida en alguna esquina de nuestros respectivos armarios.

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